¿Qué es un Workalcoholic o adicto al trabajo?
- Pilar Paredes

- 10 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 29 mar

El término workalcoholic se lo debemos al médico y psicólogo Oates, quien lo acuñó en 1971 tras estudiarlo a modo comparativo con el alcoholismo.
Se trata de un síndrome capaz de provocar serios trastornos psicosomáticos, así como enfermedades cardio y cerebrovasculares.
La adicción al trabajo es un mal relativamente reciente, nacido a partir de determinados hábitos ligados a la urbe y la modernidad.
Invadidos por la cultura americana, muchos hemos llegado a sentir esa presión de trabajar sin parar para conseguir nuestros sueños y en una tradición más occidental, el chantaje de que, si no estás muchas horas en el trabajo es que no demuestras tu implicación.
Diversos estudios demuestran que el número de horas empleadas en el trabajo no desembocan en una mayor productividad.
Antes de la pandemia, ya se decía que a pesar de las más de 1600 horas anuales que un español dedica a su profesión, la productividad por hora, no superaba el 31%.
En un estudio reciente, y en plena crisis, parece que tampoco es excelente: demasiadas horas para lo que producimos
¿Por qué entonces hablamos de adición al trabajo?
Los profesionales de Recursos Humanos nos dirán que las causas de la cantidad de horas que dedicamos al trabajo, se debe a la mala organización de las tareas, la falta de metodología o la pésima gestión directiva o que simplemente nuestro carácter sociable hace que perdamos más tiempo en la oficina del que debiéramos.
Sin embargo, tras la experiencia del teletrabajo y el esfuerzo que muchas empresas están invirtiendo en la automatización de tareas y la mejora de procesos, parece que también hemos dedicado muchas horas de más desde casa.
¿Puede ser quizás que en realidad nos guste trabajar?
La mayoría de las personas que conozco no tienen ningún reparo en dedicar más horas de su tiempo al trabajo cuando éste les gusta o se sienten satisfechos con el resultado obtenido.
Pero también existen algunos casos en que el trabajo es la salvación para una frustración interna.
Conocí a un tipo que era el primero en llegar a la oficina y el último en salir.
Bien considerado por sus jefes y despreciado por sus compañeros, su verdadera razón para estar ahí, era la infelicidad que sentía cuando llegaba a su casa.
No podía soportar la rutina de la vida familiar y prefería refugiarse en el trabajo.
O esconderse.
He conocido algunos adictos al trabajo que lo que les “ponía” de verdad era recibir llamadas durante la cena para poder así discutir problemas y sentirse importantes delante de su audiencia.
La excusa era el trabajo, porque su vida vacía solo se saciaba con esa adrenalina que le producía cada llamaba a deshora.
Otros utilizan la adición para demostrar que son útiles o listos, y las horas que pasan enganchados al ordenador o en el despacho, no son más que formas de ocultar, que me digan los psicólogos si estoy equivocada, su ineludible ineptitud.
Ciertos vicios, incluso los más duros, nos resultan más o menos comprensibles dependiendo de su condición.
La adición al sexo, por ejemplo, puede despertar nuestra comprensión de algún modo puesto que es algo inherente en el ser humano, un instinto placentero que, sin embargo, llevado al extremo, tiene consecuencias fatales.
Otros casos nos despiertan, por su peculiaridad , una mayor extrañeza que dificulta la necesaria empatía con el afectado. Es el caso de la ludopatía.
El ludópata es, en esencia, un obseso de los juegos de azar, cuyo principal aliciente consiste en apostar dinero bajo el dramatismo de la incertidumbre.
Llevado al extremo, se arriesgan no solo bienes económicos, sino íntimos y personales. Lo irónico de esta dolencia reside en la propia palabra. Reparemos en su etimología.
Ludo proviene del latín ludus = juego y Patía del griego pathos = enfermedad o padecimiento.
Lo lúdico alude al juego, que entendemos comúnmente como ocio, pasatiempo y diversión.
Lo patológico denota enfermedad y en principio, nada debería ser menos enfermizo que el juego, cuya connotación primera es positiva. Tiene, pues, un tinte paradójico.
Y es que este vicio ha dado mucho dinero, sino que se lo digan a los protagonistas de la estupenda película El golpe, inolvidable la estupenda banda sonora, donde Paul Newman y Robert Redford montan una casa de apuestas ilegal con gran éxito.
¿Cuál es la motivación detonante que mueve al ludópata hasta subyugarlo?
Si bien el alcohol y las drogas riegan la sangre y el organismo alterando nuestra conducta de modo comprensible, las somatizaciones sufridas por los adictos al juego se revelan oscuras.
Al escuchar el testimonio de los infortunados, necesitamos forzar la imaginación para entender esa fijación hipnótica que sienten ante la luz de la tragaperras, el vuelo vertiginoso de los dados o esa ruleta que gira veloz e infernal ante nuestros ojos, tensándonos el alma.
Pero el workalcoholic no es fácil de detectar. Su afección no inspira una emoción cercana.
Un granjero de Minnesota a finales del s XIX, dedicado noche y día a sus labores (supongo que la expresión “Trabajar de sol a sol” debió nacer en un contexto rural) no podía ser calificado como adicto al trabajo.
Aunque son múltiples las ocupaciones que pueden desembocar en esta adicción, la imagen tópica del workalcoholic viene asociada, por lo común, al hombre de ciudad.
Nos cuesta imaginar, por ejemplo, que el panadero de nuestro pueblo haya caído en garras de este mal. Ni su labor ni su contexto vital lo potencian.
El drama puede provenir de presiones externas relativas al prestigio social, inspiradas por un darwinismo laboral denunciado por muchos sociólogos y analistas.
Los fuertes prevalecen.
Necesidad de brillar. Ser el mejor. ¿Se precisan horas extras?; las que hagan falta.
Incluso podríamos aprender a detectarlos fácilmente: son ambiciosos, perfeccionistas, no se relajan nunca, tienen tendencia a la ira, etc.
Lo curioso es que el workalcoholism es capaz de convertir a un trabajador eficiente en un lastre para la empresa o compañía.
Porque toda compulsión implica grave falta de atención.
No es raro que los más afectados recurran a fármacos estimulantes y drogas para mantener el ritmo de trabajo, acabando finalmente presos de diversas adicciones.
Lo vemos en la sociedad americana tan competitiva afectada por el puritanismo calvinista, cuya influencia en el origen de EEUU nos explica muy bien Alexis de Tocqueville en su escrito fundamental “La democracia en América”.
Tenemos en cuenta la estricta ética del trabajo que observa el protestantismo, ya que el éxito en el trabajo es una de las vías de salvación del alma.
Este enfoque ha calado hondo en la sociedad al margen de la filiación religiosa del individuo, extendiéndose a otras sociedades influenciadas por el modelo capitalista norteamericano.
Tenemos pues a ese ciudadano que ya no disfruta con su trabajo porque ha convertido éste en un medio cuyo propósito es ya ajeno al beneficio común.
Su hiperactividad es un mal de nuestro tiempo, producto de una sociedad también hiperactividad y necesitaría ser tratada, como diría el filósofo Gilles Lipovetski, por una de las más de cuatrocientas psicoterapias que existen en la actualidad.
Para terminar la frase de la novela Asfixia de Chuck Palahniuk:







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